Sí que se notan los años cuando miras las fotos. El pelo brilla menos, la cara es más blanca los rasgos más afilados, la vejez deja huella en todos los seres vivos.
También se notan en que duerme más y se cansa antes, pero tengo que dar gracias por lo bien que está con sus quince o dieciséis años. Ni el abandono, ni los perdigonazos bajo la piel, ni la leishmania, ni sus cinco primeros años de vida y maltrato, ni el hambre que la dejó en los huesos e hizo que en la protectora la llamarán Raspa. Nada de eso ha impedido que mi incombustible mestiza se haya convertido en una abuelita canina ágil y saludable a la que seguro aún le queda mucha guerra por dar.
No tengáis miedo de adoptar animales adultos, animales con una historia dura detrás, por miedo a que os dejen pronto.
La vida y la muerte siempre son siempre una incógnita. Ni con animales ni con personas sabemos lo que nos deparará el futuro. Pero sí que tenemos control sobre a quiénes entregar nuestro amor.
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