También se notan en que duerme más y se cansa antes, pero tengo que dar gracias por lo bien que está con sus quince o dieciséis años. Ni el abandono, ni los perdigonazos bajo la piel, ni la leishmania, ni sus cinco primeros años de vida y maltrato, ni el hambre que la dejó en los huesos e hizo que en la protectora la llamarán Raspa. Nada de eso ha impedido que mi incombustible mestiza se haya convertido en una abuelita canina ágil y saludable a la que seguro aún le queda mucha guerra por dar.
No tengáis miedo de adoptar animales adultos, animales con una historia dura detrás, por miedo a que os dejen pronto.
La vida y la muerte siempre son siempre una incógnita. Ni con animales ni con personas sabemos lo que nos deparará el futuro. Pero sí que tenemos control sobre a quiénes entregar nuestro amor.

Troya recién adoptada.

Troya hace un par de meses con su amiga Valentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario