Ismael con Samuel, un ternero rescatado de la industria láctea. Foto: Santuario Gaia
Animales que se escapan del matadero, abandonados en cunetas, sacados de contenedores de basura. O regalos en una rifa entre empleados de una oficina, como la cerda Magdalena... Las víctimas de los casos más estremecedores de maltrato conviven en perfecta armonía en los santuarios.
¿Habéis visto alguna vez a una vaca jugar con una pelota gigante? ¿A una oca tan cariñosa como un perro saludando a su cuidadora? Quizá os sorprenda saber que una cabra y un cerdo pueden ser los mejores amigos, o que algunas ovejas caminan con la ayuda de ruedas.
Un santuario de animales no es un lugar religioso, aunque el respeto por el prójimo sea la norma y no la excepción. Tampoco es una reserva donde la especie y su supervivencia importan más que el individuo. Un santuario de animales es un espacio donde todos ellos son respetados por ser quienes son. Su vida, su felicidad y su bienestar son lo primero.
La misión de un santuario es sencilla: dar refugio a los animales más oprimidos. No podemos rescatarlos a todos, pero sí podemos mostrar cómo viven, cómo son cuando son y se sienten libres, tranquilos, a salvo.
En tan solo un año hemos vivido en España uno de los momentos más importantes de la joven vida del movimiento social y político de derechos animales: el boom de los santuarios. Se han creado cinco centros: Compasión Animal, Santuario Gaia, Mino Valley Farm Sanctuary, Santuario Vacaloura y León Vegano Animal Sanctuary, que se suman a los tres más veteranos: El Valle Encantado, Wings of Heart y El Hogar ProVegan.
Esperanza Álvarez, veterinaria y directora de El Valle Encantado, subrayaba hace algunos meses ante los medios de comunicación que millones de animales mueren diariamente por hábitos de consumo “que no son necesarios”. Por ello, los responsables de todos estos santuarios optan por el veganismo como consecuencia lógica de su estilo de vida.
Los creadores de estos lugares son personas que se emocionan cuando recuerdan cómo han vivido sus animales y cómo se han despedido de ellos. La misma emoción que podemos sentir al morir alguien de nuestra familia. Benito, un cerdo que se cruzó en su vida, hizo que Elena Tova pasara de rescatar perros, gatos y otros animales abandonados a crear el que ha sido el primer santuario de España, El Hogar de Luci, hoy llamado El Hogar ProVegan.
Pero, ¿por qué invertir tanta energía en cambiar el mundo? Porque trabajan en las raíces de la empatía: una sola vida salvada ya merece la pena. Nos recuerdan, a través de las historias de cada uno de esos animales, que todos importamos por igual. Nos recuerdan, a través de su compromiso, que tenemos el deber ético de decidir con nuestros actos no dañar a los demás.
En palabras de Eduardo Terrer, de Wings of Heart: “Por eso nos esforzamos en que sus vidas, duren lo que duren, sean vidas que valga la pena vivir”. Su hermano Alberto, responsable de Compasión Animal, explica que el objetivo número uno es “luchar por aquel al que defendemos, sacarlo de la explotación y darle la vida que le pertenece”.
Gatos con leucemia o inmunodeficiencia felina, palomas con paramixovirosis, cerdos con problemas de circulación sanguínea, carneros con las patas debilitadas o sin movilidad, un burro con una prótesis o un gallo con una especie de silla de ruedas: individuos únicos con inmensas ganas de vivir. Haize, Patty, Dalí, Harvey, Flor, Guillem, Dani, Clara, Matteo, Oprah, Wendy, Kero, Tiberio... Todos con nombres diferentes, como diferentes son sus personalidades.
Los activistas saben desde hace mucho tiempo lo que los científicos de la Universidad de Cambridge confirmaron el año pasado y plasmaron en la Declaración Universal sobre la Conciencia Animal: esos animales olvidados son individuos únicos e irrepetibles.
Sin embargo, los hilos de las industrias mueven el mundo de forma diferente. Los animales son criados con un objetivo: dar su carne, dar leche, dar huevos, dar lana, entretener, tirar del carro... El egoísmo humano es superlativo: criamos a esos animales solo para aprovecharnos de ellos. Los explotamos para obtener un beneficio y, si no podemos obtenerlo, nos deshacemos de ellos.
Buen ejemplo de esto fue el reciente accidente de un camión lleno de cerdos, que los trasladaba al matadero y volcó en las inmediaciones de Zaragoza, dejando decenas de animales heridos, necesitados de ayuda. La presidenta de la Asociación Vegan Hope se personó en el lugar con un grupo de voluntarios, coordinando con los santuarios un rescate masivo. Pero ni siquiera pudo acercarse, porque quienes velaban por la reanudación del tráfico y por atender al único humano implicado, el conductor del camión, impedían que los demás animales sintientes recibieran socorro. Ayudar a los demás es solidaridad. Extender ese círculo de solidaridad a los demás animales es justicia social. ¿Qué tipo de justicia existe cuando negamos el derecho fundamental de socorrer a alguien que siente y sufre como nosotros?
Otro accidente de tráfico junto a La Bañeza (León), obligó a los responsables de León Vegano Animal Sanctuary a rescatar a 46 pollos de la raza broiler atrapados en el camión. Pollos que iban al matadero con tan solo 41 días de vida.
Uno de los responsables del Santuario Gaia, Coque Fernández, es veterinario y explica que hace años mataba cerdos y ahora da su vida por ellos. “Si yo he podido cambiar, tú también puedes”, suele decir. Lo que demandan desde los santuarios es que socorramos a quienes encontramos en el camino, y que adoptemos un estilo de vida responsable con los animales, es decir, 100% vegetariano y libre de explotación.
Las limitaciones a los proyectos de esta envergadura son múltiples y variadas: no reciben subvenciones, pagan el mismo IVA (21%) que los particulares por los servicios veterinarios, y se encuentran en una situación de vacío legal que aumenta su desamparo respecto a otro tipo de asociaciones. Laia García Aliaga, abogada y activista, intenta promover una normativa que les proporcione seguridad jurídica y les libre de registrarse como “explotación ganadera”, una denominación que encarna aquello contra lo que luchan.
Entre esas limitaciones, la escasez de recursos suele ser la más problemática. Vacaloura, uno de los santuarios ubicados en Galicia, se mantiene gracias a los fondos que Inés Trillo y Mario Santiago obtienen de un herbolario que comparten. Mike y Abi Geer, el matrimonio que se ocupa del otro santuario gallego, Mino Valley Farm Sanctuary, han creado la marca de ropa United For The Animals, también con el objetivo de recaudar fondos que mantengan su proyecto de vida en común. Aún así, no es suficiente. Veterinario, comida, transporte, materiales, alquileres... Los gastos se disparan y se ven obligados a seguir apelando a la solidaridad de la gente para continuar con esta actividad sin ánimo de lucro.
Además, se encuentran con una dificultad añadida: los veterinarios especializados en aquellas especies criadas para consumo humano no suelen saber cómo curar sus enfermedades, casi siempre causadas por las condiciones de explotación. Por ejemplo, nunca curan la obesidad hereditaria de los pollos broiler, a los que se selecciona genéticamente para crecer rápido y dar más carne. Si el pollo está bien, nos lo comemos. Y si no, nos deshacemos de él, pero no lo curamos. No es un animal enfermo, es un bien de consumo. Las leyes y las decisiones políticas suelen ir un paso por detrás de la conciencia de los activistas, pero, en el caso de los santuarios, ese paso es abismal.
Quienes entregan su vida a un santuario tienen claro que los animales han de ser libres desde que nacen hasta que mueren. Por ello, a pesar de estar en contra de la cría de animales, por motivos obvios, se han dado casos de madres que llegaron embarazadas y han parido en un santuario. Esos cachorros han nacido libres.
El comportamiento de los animales cautivos durante toda su vida se asemeja a algunos trastornos psicológicos diagnosticados en humanos. La zoocosis afecta a los animales que viven en zoos o circos, alterando su conducta de forma grave y poniendo en riesgo su salud.
En los mataderos, las cerdas suelen aplastar a los crías porque apenas tienen espacio para moverse. Pero en libertad esos riesgos desaparecen. Los cachorros de Palma, la cerda vietnamita rescatada por el Santuario Gaia, han crecido a salvo de cualquier peligro, porque su madre se comportaba con naturalidad, apoyándose contra la pared y dejándose caer suavemente para evitar aplastar a alguno por error.
A medida que estos santuarios se consoliden y obtengan más recursos podrán estudiar con detenimiento la personalidad de todos estos animales en libertad, su compleja vida emocional y nuestra relación real, de igual a igual, con ellos, para que podamos comprender mejor a nuestros compañeros de planeta, antes de que sea demasiado tarde.
En un mundo carente de justicia, donde la violencia está normalizada, preservar los santuarios de animales es proteger un bastión de alegría, justicia y libertad.
El cuidado diario de animales enfermos, con necesidades alimenticias, veterinarias y afectivas dispares, es una dura prueba para quienes deciden dedicar su vida a ellos. Sus relatos están plagados de momentos inolvidables, por emocionantes, por gratificantes y, también, por duros hasta la extenuación.
Además de cuidar a los animales, los responsables de los santuarios escriben cuentos infantiles, convocan jornadas de concienciación, montan mesas informativas a pie de calle, organizan eventos para darse a conocer y obtener recursos, e incluso uno de ellos, El Hogar ProVegan, edita una revista para dar visibilidad a proyectos que nuestra sociedad suele ignorar por no someterse a la explotación de otros para intentar ser económicamente viables.
Este fenómeno de nacimiento y consolidación de santuarios puede ser considerado un efecto mariposa: cómo un gesto solidario puede cambiar el mundo. Ese efecto se ha extendido, con la rapidez con la que aletea una mariposa, por el pequeño pueblo de San Joan de les Abadesses, y por toda la comarca que rodea al Santuario Gaia, consiguiendo que algunos hosteleros se asomen a las opciones veganas y que los niños de la escuela demuestren espontáneamente su empatía rescatando a un pollito.
Esa empatía es la que tratan de contagiar desde los santuarios. Personas maravillosas que han renunciado a muchas comodidades para dar, a quienes no tienen nada más, la única oportunidad de ser felices. Animales que han sido rescatados de nuestro egoísmo y nos enseñan a vivir con respeto.
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