Un libro del explorador David Barrie recuerda los dotes de la naturaleza para superar los accidentes del paisaje y los obstáculos impuestos por el ser humano
Un par de insectos guiados por la Luna
Los
insectos son los que más fascina al escritor desde siempre y, en
particular, la hormiga del desierto, un animal diminuto con un cerebro
de tan solo 400.000 neuronas “capaz de realizar hazañas de navegación
que los humanos solo conseguimos con la ayuda de instrumentos”. Aunque
le pongan todas los obstáculos que un científico se pueda imaginar, el
insecto encontrará su minúscula cueva bajo tierra a unos cien metros de
distancia gracias a el área de cresa dorsal (ACD), que ayuda a detectar
la luz polarizada. “Me asombra el hecho que tengan un sistema tan
complejo en un cuerpo tan pequeño. Se orientan con la luz, el cielo y se
basan en su brújula visual”, explica.
Además, según
cuenta en su libro, las hormigas cuentan sus pasos, aspecto que se
planteó en 1904. El experimento que permitió probar esta hipótesis es un
tanto curioso. Matthias Wilttinger, un biólogo de la Universidad de Firburgo
(Alemania) y alumno de Rüdiger Wehner, experto mundial en este tema,
alteró la longitud de las patas. El científico amputó las de un primer
grupo y pegó a las del segundo unos zancos hechos con pelo de cerdo para
alargar los pasos. Las que se quedaron con muñones no alcanzaron el
nido, las otras se pasaron de largo.
Los
niños tienen un contacto demasiado escaso con la naturaleza. No salen
al campo ni exploran el mundo. Necesitamos ayudarles para evitar que la
Tierra terminé en pedazos
La hormiga no es la única y ni mucho menos la primera en
utilizar la luz natural para encontrar su camino. El comportamiento de
los escarabajos peloteros constituye la primera demostración convincente
del uso del cielo estrellado para la orientación de insectos y
representa el primer uso documentado de la Vía Láctea para la
orientación en el reino animal, recuerda el autor, quien cita el trabajo
de Eric Warrant y Marie Dacke, dos biológos de la Unversidad de Lund (Suecia).
Las aves que no descansan y la memoria de pez
Barrie también admira a las aves,
tanto aquellas que no necesitan descansar y se pueden pasar hasta 10
meses en el aire comiendo lo que el viento les trae, como los vencejos,
como otras que esconden semillas en lugares esparcidos sobre unos 260
kilómetros cuadrados para sobrevivir al invierno. Esta última hazaña es
la del cascanueces americano que, como muchas aves, cuenta con una
“vista excepcional”, escribe Barrie. Para afrontar los obstáculos, estos
animales pasan de una herramienta a otra según las circunstancias.
Un
solo pájaro puede esconder más de 30.000 semillas en unos 6.000
escondites distintos, según datos recopilados por Barrie, que insiste en
que la memoria de esta especie es “prodigiosa”. “La naturaleza
selecciona aquellas características que permiten a los organismos
sobrevivir”, escribe el experto para justificar este comportamiento.
Además, el autor recuerda en su relato que los sonidos que el ser humano
puede oír no llegan muy lejos por el aire, pero algunos animales son
sensibles a unos ruidos de muy baja frecuencia, “muy por debajo del
umbral que podemos oír nosotros [20 hercios]” y es otra de las múltiples
herramientas que utilizan para orientarse.
Existen seres humanos que se orientan con canciones. Los inuits componen canciones para acordarse del paisaje y al cantar la letra se les dibuja el camino en la cabeza.
El olfato también
forma parte de las cualidades de los animales como las aves y los peces,
entre otros. El ser humano puede distinguir miles de millones de olores
distintos y pueden ubicarse gracias a ellos. Los peces también
memorizan algunos, al menos los esenciales. Los salmones pasan varios
años creciendo y comiendo en el océano y logran volver a los mismos ríos
donde han nacido para reproducirse.
Según un estudio del
ecologista estadounidense Arthur Hasler mencionado por Barrie, “cada
riachuelo tiene un particular buqué de fragancias que produce en el
salmón una impronta antes de emigrar al océano y que luego utiliza como
señal para identificar su afluente natal”. Hasler consiguió demostrar
aquello jugando con sustancias químicas y alterando así el
comportamiento del salmón frente a estos olores desconocidos. Los peces
también pueden utilizar la presión del agua, el oleaje, la referencia
visual o los campos eléctricos (como las ballenas) para navegar.
Los vencejos no necesitan descansar y se pueden pasar hasta 10 meses en el aire comiendo lo que el viento les trae y los cascanueces americanos esconden semillas en lugares esparcidos sobre unos 260 kilómetros cuadrados para sobrevivir al invierno
Todo
estos animales son tan solo algunos ejemplos que ofrece el autor. El
experto también dedica páginas a varios tipos de mariposas, a las abejas,
los caballitos de mar, las tortugas, las ballenas y la lista se queda
corta. Por otro lado, para completar lo que ya se ha demostrado
científicamente, entre cada capítulo, el experto añade un fragmento
sobre los misterios registrados cuya explicación sigue en el tintero.
“Quiero
que este libro haga que la gente preste atención, aprenda a conocer y
respetar el mundo que tiene alrededor”, espera Barrie. Lo más importante
para él no es centrarse en las amenazas terribles que oprimen el
planeta, sino educar a las nuevas generaciones. “Los niños tienen un contacto demasiado escaso con la naturaleza.
No salen al campo ni exploran el mundo. Yo de pequeño pasaba horas en
el bosque observando y analizando cosas. Necesitamos ayudarles para
evitar que la Tierra terminé en pedazos”, concluye.
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