Fotografiarse con un animal salvaje implica su captura, el dopaje para amansarlo e incluso la extirpación de sus dientes o garras
Los animales salvajes gozan de una imponente majestuosidad que resulta poderosamente atractiva para los humanos. Precisamente, la condición de “salvaje” desprende cierta fascinación en el homo sapiens, que siente la necesidad de acercarse a estas bestias, de una manera u otra.Por ello, en algunos países donde reina la vida salvaje, los animales son utilizados como revulsivos turísticos, no solo por medio de zoológicos, safaris o reservas naturales, sino que también ofertándolos como si fueran el atrezo de un photocall, para selfies y fotografías. Se trata de una práctica a priori inofensiva que tiene consecuencias fatales para los animales.
En la era de Instagram y de su hermano mayor el postureo, no es de extrañar que esta actividad, del todo cuestionable, tenga éxito en los países donde se practica. Y es que fotografiarse con un animal salvaje implica su captura -mayoritariamente son separados de sus madres cuando son crías-, así como su dopaje para que se mantengan mansos o la extracción de sus dientes o garras, para que no dañen a los turistas.
En la actualidad, presenta el programa Wild Frank en DMax, donde afronta la misión de rescatar a animales inocentes en peligro, así como protegerlos de contrabandistas y traficantes. Pecisamente, en el segundo episodio de la actual temporada (la 14ª), Frank Cuesta denuncia la utilización de animales, en un mercado flotante de Tailandia, como atractivo turístico.
En este enclave, Frank localiza a unos comerciantes que permiten fotografiarse a cambio de cinco euros, con un supuesto lémur, ya que el presentador lo identifica como un slow loris, y con serpientes. Para analizar al animal, Frank accede a inmortalizarse con él, cuando descubre que le han extraído los dientes, para evitar que muerda a los clientes.
El problema, según denuncia Frank, es que este tipo de comerciantes "tienen padrinos". "Hay policías y militares, están aquí, donde los animales" y, sin embargo, no actúan. En este sentido, apunta que existen unos 1.000 animales pequeños (serpientes o slow loris) destinados "todos los días a las fotos del turismo". Se trata de un negocio que recauda mucho dinero y es que, a cinco euros la foto, si en el día se realizan 100 instantáneas, los ingresos se elevarían a 500 euros.
La leona sin garras
No se trata del único caso de maltrato animal con afán recaudatorio turístico. La ONG por los derechos de los animales Four Paws denunció a finales del pasado marzo el caso de la leona Falestina, de tan solo 14 meses y habitante del zoo palestino Rafah.
Los trabajadores del centro, liderados por el veterinario Fayez al-Haddad, decidieron extirparle las garras con unas tijeras de jardinería, para que la interactuación de los turistas con el felino fuera mayor. Para ello, le taparon la cabeza con una bolsa y le ataron las patas. Incluso existen imágenes de la cruenta extirpación. “Quitar las garras a un león equivale a amputar los dedos de un humano hasta el nudillo”, aseguró la organización.
El veterinario al-Haddad indicó que las “garras se cortaron para que no crecieran rápido y los visitantes y los niños pudieran jugar con ella”, así como indicó que en seis meses volverían a crecer. Four Paws, por su parte, logró rescatar 40 animales de este zoo, calificado como el peor del mundo en 2016.
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