Animales liberados de la explotación recuperan en los santuarios una vida digna. Foto: Santuario Gaia
Son muchos los descartes de la industria en términos
de rentabilidad. Un animal puede dejar de servir por diferentes
motivos: es estéril y no vale para producir leche de forma sistemática;
no reúne los requisitos precisos para su venta; ha contraído algún virus
o enfermedad contagiosa que pone en peligro al resto de los animales; o
quizás su agotado cuerpo no resiste más la inexorable huella de la
explotación humana. ¿Qué sucede entonces con todos estos animales? Su
destino suele estar decidido incluso antes de nacer: les espera una
muerte segura apenas dejen de tener la utilidad para la que fueron
pensados.
Sin embargo, hay unos pocos, los menos, que
se escapan a las cifras oficiales que maneja la FAO en nuestro país:
entre 800 y 850 millones de animales son asesinados cada año en los
mataderos. Esos pocos centenares de afortunados, bien sea custodiados
por activistas en un rescate abierto o porque los ganaderos, por alguna
inusitada razón, se han apiadado de ellos, son los que terminan viviendo
en estos santuarios de animales.
El próximo sábado 12 de marzo se presentará en Madrid la Fundación Alma Animal, que aglutina a seis de los diez santuarios que existen en el Estado español: Mino Valley, El Valle Encantado, Vacaloura, Gaia, La Pepa y La Candela (desde que publicamos este artículo
en El caballo de Nietzsche, se han creado los dos últimos). Diez
refugios que dan cobijo a los animales que son utilizados bajo las
exigencias de nuestra economía de mercado, distribuidas en cuatro
grandes áreas de explotación: entretenimiento (circos, zoos,
espectáculos, tauromaquia, etc.); alimentación (carne, huevos, leche y
otros subproductos); experimentación (fármacos, cosméticos, productos de
limpieza o investigación científica); y vestimenta (cuero, plumas,
lana, seda y pieles). Con el auge de los derechos animales en uno de los
países señalado internacionalmente por su constante abuso animal, la
Fundación Alma Animal surge para dar respuesta a uno de los temas más
ninguneados y de extrema necesidad actual: los derechos animales.
Javier Navarro, su fundador e impulsor, parte de la utilidad social que
tiene un proyecto de esta envergadura: “La gente no quiere ver la
realidad, pero creemos que es nuestra obligación mostrarla a todo el
mundo y en todos los lugares. Trabajar para que valores positivos como
el respeto, la igualdad o la justicia con quienes son oprimidos, sean
prioritarios”. Navarro y su equipo consideran a los santuarios
como “piezas clave, lugares que salvan vidas directamente, lugares
donde la liberación animal puede tocarse, puede sentirse... Para
nosotros, son parte del motor que cambiará el mundo”.
En los santuarios los animales son atendidos como haríamos con
cualquier persona: revisiones médicas, cuidados especializados,
alimentación completa, higiene, protección y cariño. Por lo que no es de
extrañar que el vínculo que se forma entre los animales y los
cuidadores que protegen a estos refugiados sea tan estrecho. Abigail
Geer, una inglesa afincada en Galicia y fundadora de Mino Valley Farm
Sanctuary, se despedía hace unos días en su blog de Youtube
de Snowflake, un cordero recién nacido que apenas consiguió estar unas
semanas en el santuario. Snowflake se salvó de ser la cena de una
familia que se apiadó del bebé y, pese a los muchos intentos de
recuperar su salud, murió en el veterinario.
Sabemos
que los animales sienten, sueñan, hacen planes, lloran a sus muertos y
son capaces de comunicar mensajes complejos a otros individuos de su
misma especie. ¿Por qué seguimos ignorando a quienes no son tan diferentes de nosotros? Navarro cree que “vivimos en una sociedad basada en la desinformación o la manipulación en beneficio de poderes económicos”. El ejemplo más reciente de esto lo encontramos en la masiva campaña de comunicación orquestada por la industria cárnica en nuestro país y destapada hace unos días a través del buzón de filtraciones Fíltrala,
puesto al servicio de la ciudadanía por los periódicos La Marea,
Diagonal, eldiario.es y la revista Mongolia. A través de médicos y
expertos en nutrición, el sector buscaba contrarrestrar el informe de la OMS
que alertaba sobre la correlación directa entre el consumo de carne y
enfermedades cancerosas. Un esfuerzo intenso y agónico por parte de
quienes saben que ya no pueden monopolizar la información y maquillar la
realidad. El consumo de animales es uno de los cánceres principales de
nuestra sociedad moderna a todos los niveles: ético, medioambiental,
nutricional y de justicia social.
Así, uno de los
pilares de la Fundación Alma Animal es la educación. Debido a que los
animales no son considerados como sujetos de derechos, a pesar de ser
perfectamente capaces de sentir igual que nosotros,
todos los planes de educación -desde la educación infantil hasta las
especialidades en las universidades- perpetúan la idea ilegítima de que
los animales son recursos. Objetos inanimados cuyas vidas nos
pertenecen. Esta falta de crítica pedagógica al sistema y de revisión de
nuestros valores permite que las raíces del especismo (discriminación a
las otras especies) ahonden en la cognición de todas las generaciones.
El equipo de la Fundación busca cambiar esto. Por ello, uno de sus
objetivos es promover, a través de un ambicioso plan educativo, que las
necesidades de los animales sean reconocidas y sus derechos sean
protegidos.
Otras de sus medidas concretas
pasan por fomentar la esterilización y la adopción, como prevención del
abandono y solución a los abusos que sufren los animales que conviven
con nosotros; colaborar con las autoridades para endurecer las penas en
los casos de maltrato; promover el veganismo, teniendo, además, en
cuenta de dónde vienen los productos y la forma de producirlos;
contribuir a la protección del medio ambiente para lograr frenar la
contaminación, la destrucción de hábitats, la emisión de gases
invernadero, la deforestación y la degradación del suelo; y conseguir
las ayudas necesarias por parte de los organismos gubernamentales para
poder llevar a cabo las actividades de la Fundación.
A día de hoy, ninguno de los diez santuarios del Estado español ha recibido ningún tipo de ayuda pública,
a pesar de que con su actividad contribuyen a mejorar la situación de
los animales de todos los municipios en los que están: Galicia,
Cataluña, Valencia, Andalucía, Extremadura, Madrid y León.
El último rescate masivo se efectuó el pasado 29 de febrero y cuatro de
estos santuarios pudieron poner a salvo a más de 200 pollos, de la raza
denominada como ‘broiler’. Animales que han sido cuidadosamente
seleccionados para que su capacidad de engordar sea más rápida y su
carne más abundante. El resultado es desastroso para los pequeños
emplumados que consiguen sobrevivir, ya que presentarán problemas
durante toda su vida, relacionados con su gigantismo y su obesidad. Y
otro de los retos a los que se enfrentan la Fundación y los responsables
de los santuarios es la dificultad para encontrar veterinarios que les
ayuden a encontrar soluciones a los problemas de salud que presenta casi
la totalidad de los animales rescatados.
La veterinaria es una disciplina que tampoco escapa del especismo
y de la discriminación, y está orientada, en buena medida, a la
producción de animales de consumo. Por lo que cuando un veterinario
tiene que operar a una cerda matriz (madres que viven toda su existencia
confinadas en jaulas de gestación) de cualquier problema, no tiene los
conocimientos suficientes para ello. A esta situación se tuvo que
enfrentar hace unas semanas el primer santuario que se creó en el
Estado, El Hogar Provegan.
Brisa (así se llamaba la primera cerda matriz rescatada en la historia
de nuestro país) falleció sin que nadie pudiera ayudarla, a pesar de los
intentos de los médicos de la Facultad de Veterinaria de la Universidad
Autónoma de Barcelona. El único consuelo de Elena Tova, la directora
del santuario, es saber que hicieron todo lo que estuvo en su mano para
que Brisa fuese feliz mientras estuvo bajo el manto protector de quienes
reclaman la igualdad entre especies. Brisa fue una más de la familia y
así será recordada y querida.
Dificultades económicas, ausencia de un marco legal, desconocimiento de
la medicina veterinaria y el choque de fuerzas de un cambio de
mentalidad que intenta transformar la sociedad y confrontar a
los poderes fácticos son sin duda los principales obstáculos. Sin
embargo, tras años dedicado al activismo, Javier Navarro sabe que el
verdadero reto consiste en aglutinar a un movimiento fragmentado muchas
veces por las diferencias ideológicas y estratégicas. “Mi vida se centra
desde hace años en conseguir algo que parece imposible: la unión, y más
cuando compartimos objetivos comunes. De manera individual puedes
cambiar muchas cosas, pero creo que juntos podemos cambiar el mundo para
millones de animales, solo necesitamos una cosa: mirar el fin, mirar el
proyecto y olvidar qué bandera usamos cada uno. Los animales no
entienden de egos, los animales solo quieren que les ayudemos”, asevera
Navarro.
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