lunes, 14 de marzo de 2016

Nace la Fundación Alma Animal para regular la actividad de los santuarios de animales en España

Animales liberados de la explotación viven una segunda oportunidad en los santuarios. Foto: Santuario Gaia
Animales liberados de la explotación recuperan en los santuarios una vida digna. Foto: Santuario Gaia


Son muchos los descartes de la industria en términos de rentabilidad. Un animal puede dejar de servir por diferentes motivos: es estéril y no vale para producir leche de forma sistemática; no reúne los requisitos precisos para su venta; ha contraído algún virus o enfermedad contagiosa que pone en peligro al resto de los animales; o quizás su agotado cuerpo no resiste más la inexorable huella de la explotación humana. ¿Qué sucede entonces con todos estos animales? Su destino suele estar decidido incluso antes de nacer: les espera una muerte segura apenas dejen de tener la utilidad para la que fueron pensados.
Sin embargo, hay unos pocos, los menos, que se escapan a las cifras oficiales que maneja la FAO en nuestro país: entre 800 y 850 millones de animales son asesinados cada año en los mataderos. Esos pocos centenares de afortunados, bien sea custodiados por activistas en un rescate abierto o porque los ganaderos, por alguna inusitada razón, se han apiadado de ellos, son los que terminan viviendo en estos santuarios de animales.
El próximo sábado 12 de marzo  se presentará en Madrid la Fundación Alma Animal, que aglutina a seis de los diez santuarios que existen en el Estado español: Mino Valley, El Valle Encantado, Vacaloura, Gaia La Pepa La Candela (desde que publicamos  este artículo en El caballo de Nietzsche, se han creado los dos últimos). Diez refugios que dan cobijo a los animales que son utilizados bajo las exigencias de nuestra economía de mercado, distribuidas en cuatro grandes áreas de explotación: entretenimiento (circos, zoos, espectáculos, tauromaquia, etc.); alimentación (carne, huevos, leche y otros subproductos); experimentación (fármacos, cosméticos, productos de limpieza o investigación científica); y vestimenta (cuero, plumas, lana, seda y pieles). Con el auge de los derechos animales en uno de los países señalado internacionalmente por su constante abuso animal, la Fundación Alma Animal surge para dar respuesta a uno de los temas más ninguneados y de extrema necesidad actual: los derechos animales.
Javier Navarro, su fundador e impulsor, parte de la utilidad social que tiene un proyecto de esta envergadura: “La gente no quiere ver la realidad, pero creemos que es nuestra obligación mostrarla a todo el mundo y en todos los lugares. Trabajar para que valores positivos como el respeto, la igualdad o la justicia con quienes son oprimidos, sean prioritarios”. Navarro y su equipo consideran a los santuarios como “piezas clave, lugares que salvan vidas directamente, lugares donde la liberación animal puede tocarse, puede sentirse... Para nosotros, son parte del motor que cambiará el mundo”.
En los santuarios los animales son atendidos como haríamos con cualquier persona: revisiones médicas, cuidados especializados, alimentación completa, higiene, protección y cariño. Por lo que no es de extrañar que el vínculo que se forma entre los animales y los cuidadores que protegen a estos refugiados sea tan estrecho. Abigail Geer, una inglesa afincada en Galicia y fundadora de Mino Valley Farm Sanctuary, se despedía hace unos días en su  blog de Youtube de Snowflake, un cordero recién nacido que apenas consiguió estar unas semanas en el santuario. Snowflake se salvó de ser la cena de una familia que se apiadó del bebé y, pese a los muchos intentos de recuperar su salud, murió en el veterinario.
Sabemos que los animales sienten, sueñan, hacen planes, lloran a sus muertos y son capaces de comunicar mensajes complejos a otros individuos de su misma especie. ¿Por qué seguimos ignorando a quienes no son tan diferentes de nosotros? Navarro cree que “vivimos en una sociedad basada en la desinformación o la manipulación en beneficio de poderes económicos”. El ejemplo más reciente de esto lo encontramos en la  masiva campaña de comunicación orquestada por la industria cárnica en nuestro país y destapada hace unos días a través del buzón de filtraciones Fíltrala, puesto al servicio de la ciudadanía por los periódicos La Marea, Diagonal, eldiario.es y la revista Mongolia. A través de médicos y expertos en nutrición, el sector buscaba contrarrestrar el  informe de la OMS que alertaba sobre la correlación directa entre el consumo de carne y enfermedades cancerosas. Un esfuerzo intenso y agónico por parte de quienes saben que ya no pueden monopolizar la información y maquillar la realidad. El consumo de animales es uno de los cánceres principales de nuestra sociedad moderna a todos los niveles: ético, medioambiental, nutricional y de justicia social.
Así, uno de los pilares de la Fundación Alma Animal es la educación. Debido a que los animales no son considerados como sujetos de derechos, a pesar de ser perfectamente capaces de sentir igual que nosotros, todos los planes de educación -desde la educación infantil hasta las especialidades en las universidades- perpetúan la idea ilegítima de que los animales son recursos. Objetos inanimados cuyas vidas nos pertenecen. Esta falta de crítica pedagógica al sistema y de revisión de nuestros valores permite que las raíces del especismo (discriminación a las otras especies) ahonden en la cognición de todas las generaciones. El equipo de la Fundación busca cambiar esto. Por ello, uno de sus objetivos es promover, a través de un ambicioso plan educativo, que las necesidades de los animales sean reconocidas y sus derechos sean protegidos.
Otras de sus medidas concretas pasan por fomentar la esterilización y la adopción, como prevención del abandono y solución a los abusos que sufren los animales que conviven con nosotros; colaborar con las autoridades para endurecer las penas en los casos de maltrato; promover el veganismo, teniendo, además, en cuenta de dónde vienen los productos y la forma de producirlos; contribuir a la protección del medio ambiente para lograr frenar la contaminación, la destrucción de hábitats, la emisión de gases invernadero, la deforestación y la degradación del suelo; y conseguir las ayudas necesarias por parte de los organismos gubernamentales para poder llevar a cabo las actividades de la Fundación.
A día de hoy, ninguno de los diez santuarios del Estado español ha recibido ningún tipo de ayuda pública, a pesar de que con su actividad contribuyen a mejorar la situación de los animales de todos los municipios en los que están: Galicia, Cataluña, Valencia, Andalucía, Extremadura, Madrid y León.
El último rescate masivo se efectuó el pasado 29 de febrero y cuatro de estos santuarios pudieron poner a salvo a más de 200 pollos, de la raza denominada como ‘broiler’. Animales que han sido cuidadosamente seleccionados para que su capacidad de engordar sea más rápida y su carne más abundante. El resultado es desastroso para los pequeños emplumados que consiguen sobrevivir, ya que presentarán problemas durante toda su vida, relacionados con su gigantismo y su obesidad. Y otro de los retos a los que se enfrentan la Fundación y los responsables de los santuarios es la dificultad para encontrar veterinarios que les ayuden a encontrar soluciones a los problemas de salud que presenta casi la totalidad de los animales rescatados.
La veterinaria es una disciplina que tampoco escapa del especismo y de la discriminación, y está orientada, en buena medida, a la producción de animales de consumo. Por lo que cuando un veterinario tiene que operar a una cerda matriz (madres que viven toda su existencia confinadas en jaulas de gestación) de cualquier problema, no tiene los conocimientos suficientes para ello. A esta situación se tuvo que enfrentar hace unas semanas el primer santuario que se creó en el Estado, El Hogar Provegan. Brisa (así se llamaba la primera cerda matriz rescatada en la historia de nuestro país) falleció sin que nadie pudiera ayudarla, a pesar de los intentos de los médicos de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Barcelona. El único consuelo de Elena Tova, la directora del santuario, es saber que hicieron todo lo que estuvo en su mano para que Brisa fuese feliz mientras estuvo bajo el manto protector de quienes reclaman la igualdad entre especies. Brisa fue una más de la familia y así será recordada y querida.
Dificultades económicas, ausencia de un marco legal, desconocimiento de la medicina veterinaria y el choque de fuerzas de un cambio de mentalidad que intenta transformar la sociedad y confrontar a los poderes fácticos son sin duda los principales obstáculos. Sin embargo, tras años dedicado al activismo, Javier Navarro sabe que el verdadero reto consiste en aglutinar a un movimiento fragmentado muchas veces por las diferencias ideológicas y estratégicas. “Mi vida se centra desde hace años en conseguir algo que parece imposible: la unión, y más cuando compartimos objetivos comunes. De manera individual puedes cambiar muchas cosas, pero creo que juntos podemos cambiar el mundo para millones de animales, solo necesitamos una cosa: mirar el fin, mirar el proyecto y olvidar qué bandera usamos cada uno. Los animales no entienden de egos, los animales solo quieren que les ayudemos”, asevera Navarro.

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