
Los galgos han acompañado a faraones, reyes y conquistadores. Son
uno de los animales más rápidos del mundo, pero su deporte favorito es
estar tumbados. Ahora, los científicos estudian su perfecto cuerpo
aerodinámico… y su curiosa personalidad
El mejor amigo del faraón Tutankamón era un
galgo y, cuando murió, fue embalsamado
para que pudiera acompañarle en la otra vida.
No es extraño: el
galgo es una de las razas caninas más antiguas y asombrosas,
con una personalidad fascinante. Un compendio de contradicciones. Es el
perro más rápido del mundo y ocupa el puesto 18 entre los mamíferos más
veloces. Pero su estado favorito es la inmovilidad. Le encanta estar
tumbado. Puede dormitar 18 horas al día. Su pereza no es un capricho;
necesita ahorrar fuerzas porque, cuando se lanza a correr, el derroche
energético es tan explosivo que no tiene parangón en el reino animal.

Es
ideal para terapia con pacientes psiquiátricos y para acompañar a
ancianos y niños, pues es empático y cuidadoso a la hora de moverse
entre humanos, sin saltos. En la imagen, Andrés abraza a Argi.
Fue una de las primeras razas domesticadas
,
aunque siempre ha mantenido cierta distancia con el hombre, más que
nada por su timidez. Y también por miedo y desconfianza (y no le faltan
razones).
Pero sobre todo porque
al galgo le gusta que respeten su espacio.
No es de los que se desviven por acatar las órdenes de sus dueños.
Obedece cuando le place. Es inteligente, pero no es fácil de adiestrar.
No es el más apropiado para el pastoreo ni para la guardia. Ladra lo
justo. Y casi nunca muerde. Sin embargo, ha sido perro de reyes, se lo
menciona en la Biblia y en el
Quijote. Y en la Península Ibérica hay constancia de la admiración que causaba entre los romanos ya en el siglo II a. C.
En carrera pasan de 60 pulsaciones a 320. Esto los expone a síncopes e infartos. Confían más en su vista que en su olfato
Una
admiración que comparten los científicos de hoy, que estudian las
características únicas de su carrera. José R. Alonso -neurobiólogo y
catedrático de la Universidad de Salamanca- ofrece algunas claves.
Empezando por la aerodinámica. Esbeltos, de cabeza afilada y patas finas
y largas, todo su cuerpo es un prodigio de la ingeniería. Hasta las
orejas actúan como los alerones de un Fórmula 1 en un túnel de viento.

Siguiendo
por el ‘motor’. «El corazón es enorme. Llega a alcanzar el 1,7 por
ciento del peso corporal. En medio minuto de carrera, un galgo moviliza
toda su sangre cinco veces», explica Alonso. Y si se trata de un galgo
español, una de las once variedades registradas, su resistencia le
permite medirse durante más de tres minutos con una liebre. La
aceleración de la frecuencia cardiaca es brutal: pasa de 60 pulsaciones
en reposo a unas 320. Esto lo expone a síncopes e infartos. Los
galgueros suelen llevar en el botiquín pastillas de cafinitrina y parches de nitroglicerina para administrárselos en caso de crisis.
Mucha sangre
Luego
está la excelencia del ‘combustible’. «Tienen una enorme cantidad de
sangre -en torno al 11 por ciento del volumen corporal, más que un
caballo de carreras- y una elevada cantidad de glóbulos rojos». Esto le
permite oxigenar rápido las células. El galgo puede aumentar 37 veces su
capacidad pulmonar durante el ejercicio. Y el ‘chasis’ también ayuda:
tórax amplio y grandes pulmones.
«Los músculos implicados en el
galope tienen una elevada proporción de fibras de contracción rápida,
que llegan a multiplicar por 15 su potencia energética. La coordinación
entre las diversas musculaturas implicadas en el galope les proporciona
empuje adicional -añade Alonso-. La piel es muy fina, sin apenas grasa y
sin la doble capa impermeable de pelo que suelen tener otras razas
caninas. Y, además, es alto, pero pesa poco». Un galgo español ronda los
25 kilos. Esto tiene un coste.
Los galgos son frioleros y se hacen heridas con facilidad.
El pelo es corto y tupido, lo cual, sumado a la poca grasa de su piel,
hace que sean uno de los pocos perros que no huelen a perro. En la raza
española -que desciende del podenco ibicenco y el galgo árabe- apenas
quedan ejemplares de pelo largo, aunque los hubo…
Como el guepardo
Finalmente,
el estilo. Nada académico. «Los galgos corren de un modo muy
particular. Se conoce como ‘galope de doble suspensión’ (no se parece al
de los caballos, más bien al de los
guepardos).
Hay dos posiciones en las que apoya las cuatro patas en el suelo,
contraída y distendida, y entre medias el salto es explosivo gracias a
su potencia muscular y a la flexibilidad de su columna vertebral, que
actúa como un arco».

Una
selección de miles de años ha convertido a los galgos en atletas.
Su
cuerpo se ha ido transformando para convertirlos en la raza de perro más
rápida del mundo. Pueden alcanzar hasta 72 kilómetros por hora,
duplicando la velocidad de Usain Bolt.
El galgo es un atleta
de élite, un esprínter nato. Puede alcanzar hasta 72 kilómetros por
hora, casi duplicando la velocidad de Usain Bolt. «En una vuelta
alrededor de una pista de atletismo, un galgo gana a un caballo de
carreras, sobre todo por su salida explosiva; pero si la carrera es más
larga, el caballo termina superando al galgo», afirma. ¿Y contra un
guepardo? «El guepardo tiene una velocidad muy superior (112 kilómetros
por hora), pero solo puede mantenerla unos 200 metros. El galgo va más
lento, manteniendo su velocidad máxima hasta los 250 metros». Pero es
capaz de mantener una velocidad de crucero muy alta durante más tiempo.
Tiene, además, gran habilidad para tomar las curvas. Los poderosos
músculos de las caderas les permiten equilibrar las fuerzas centrífuga y
centrípeta. Y cambiar de dirección, zigzagueando. Lo que le permite
imitar los quiebros de las liebres, sus frenazos y acelerones.
El galgo siempre estuvo con nosotros.
Lo apreciaron visigodos y andalusíes. Y los fueros y leyes medievales
penaban con la muerte su maltrato. Sufridos y silenciosos, acompañaron a
los conquistadores españoles en los galeones. Cuando la embarcación
tocaba tierra, los soltaban para abastecer de carne a la tripulación.
Tiene un instinto depredador muy fuerte. Cuando salta una liebre, su
reacción es automática… Sin embargo, suele ser amigable con perros de
razas pequeñas y tampoco suele tenerles manía a los gatos, quizá porque
comparte con ellos el gusto por la independencia. Se deja mimar, pero
solo un ratito. Más rarezas: confía más en su vista que en su olfato. Y
dispone de visión estereoscópica: capta mejor los objetos en movimiento.

La
caza de liebres con galgos data de la época de la Reconquista.
Hoy
persiste por diversión. El maltrato y abandono de galgos ha disminuido,
pero no se ha erradicado.
El siglo XX fue un desastre para
la raza autóctona española. La afición de la aristocracia por los
canódromos propició la importación del greyhound inglés, más potente y
veloz, pero menos resistente que el español, con el que se cruzó a
destajo. Hoy no quedan ejemplares españoles puros. En el medio rural
alivió el hambre de muchas familias. «En la época de la escasez de los
años cincuenta y sesenta, los jornaleros no tenían dinero para comprar
escopetas y cartuchos porque eran muy caros y con los galgos podían
coger una liebre, quizá la única carne que llegaba a las mesas de estos
trabajadores», rememora Antonio Romero, expolítico andaluz y galguero.